Este reportaje es el primero de una serie dedicada las actividades y talleres artesanos ubicados en lo que, de un tiempo a esta parte, se ha denominado ‘la España vacía’. O se trata de continuadores de obradores tradicionales de origen familiar, o de profesionales con perfiles dispares que han abandonado las ciudades en busca de naturaleza o de entornos inspiradores; pero, también, de otro ritmo acorde con los tempos de su actividad, y de lo que supone en relación a la calidad de vida.
Talleres artesanos que aportan actividad económica a poblaciones en las que o bien ha desaparecido o bien queda muy poca. Pero no solo eso: estos talleres actúan como un potencial atractivo para visitas turísticas o profesionales. Y en muchos casos también como generadores de actividad cultural en su entorno.
Las ventajas: alquileres o propiedades a precios bajos, cercanía en la provisión de materias primas y soportes, mercados de proximidad y público que aprecia la artesanía desde siempre… Añadir valor y hacer más rentable la actividad con menos gastos. Sin embargo, también hay que ponderar los inconvenientes: internet o telefonía, aún deficientes; suministro eléctrico inestable y necesidad, a menudo, de fuentes alternativas, dificultades logísticas… Tanto los que decidieron volver a la naturaleza como los que nunca se fueron, los iremos presentando en sucesivas entregas.
Jovial y particularmente evocadora en sus propuestas, Teresa Perelétegui (León, 1964) encarna un universo tan lúdico como bullicioso, en el que la imaginación campa definitivamente a sus anchas. Ilustradora por vocación, formación, decisión y nivel de satisfacción obtenido en el desempeño del oficio, decidió sin embargo reinventarse con una ocupación artesanal, lejos de las servidumbres y las prisas de la gran urbe.
Al concluir Bellas Artes, en la especialidad de Diseño Gráfico, en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), trabajé un tiempo en publicidad, pero sobre todo en diseño gráfico, puntualiza. Y, más tarde, en el Grupo Santillana, haciendo diseños de portada e interiores de libros de texto, y en la Editorial Alfaguara. Aunque complacida con su trabajo, llegó un instante en el que no pude más. Y, hace veinte años ya, decidí buscar algo en el rural y trabajar a distancia. Madrid da juego cuando se es joven, pero llega a abrumar. De poco vale tener tanto al alcance si no se tiene tiempo, ni espacio, para deglutirlo…
Así que, mapa en mano, fijé un radio entre 100 y 150 kilómetros para ver así a mi editor cada siete o diez días en apenas una hora. Vi pueblos en Gredos (Ávila), Toledo, Segovia. Y, de pronto, apareció en la web de ‘Segunda mano’ la posibilidad de alquilar una casa durante un año en un pueblo próximo a donde vivo, Cuevas de Ayllon (Montejo de Tiermes, Soria), de 10 habitantes. No conocía la zona ni tenía vínculo alguno. En el ínterin, cambié de vivienda y, tras mirar y mirar, di con un pajar hundido aquí que compré y restauré tras vender mi casa de Madrid. Su decisión de no volver fue firme. Aunque la gente piense —¡Ay Dios, qué te vas a la España vacía!, para mí es un lujo, afirma.

Es un pueblo muy bonito, muy rocoso: las casas o bien tienen piedra en el interior o están construidas encima de ella. Es una piedra muy roja que contrasta intensamente con el paisaje verde, dos colores complementarios que aquí parecen brillar. No por casualidad le llaman la ‘Meseta de la luz’. Es un paisaje abierto de monte bajo y tierras de cultivo. Sus colores me enamoraron y creo que mi trabajo así lo refleja. Hasta dejé atrás mis vínculos editoriales…
Y, ya asentada, busqué trabajos en el entorno que encajaran con mi perfil. Al poco tiempo empecé a maquetar el periódico comarcal y, paralelamente, di clases de manualidades a gente de edad de diez pueblos de la zona, en el marco de una iniciativa promovida por la Diputación de Segovia. Me sirvió para conocer la comarca y, sobre todo, a las mujeres: el alma de los pueblos. Lo hacía de octubre a mayo; así que, para garantizar unos ingresos sostenidos el resto del año, me reinventé y empecé a pintar sobre tela con la idea de acudir a ferias estivales del entorno, relata.
Tengo una clientela fija y bastantes incondicionales. Y, a decir verdad, cierta fama de ‘manitas’. De hecho, me encargan desde trabajos relacionados con mi catálogo de productos a un arreglo de una silla o barnizar una puerta… Es decir, que a veces hago pequeños trabajos de recuperación, que no de restauración porque no soy restauradora.

Seda, piedra, madera…
Durante el tiempo que trabajé con textil –sobre todo algodón, tanto estándar como ecológico: camisetas, mochilas, bolsas o estuches infantiles a demanda−, y pinturas a propósito que se fijan con plancha. Nada de serigrafía. La verdad es que he hecho y vendido muchas. Pese a que hace años que ya no las hago, me las siguen encargando. A veces emulo a algún grande de la pintura, como Modigliani o Matisse, ya que jamás lo haré mejor que ellos, en tela, madera o piedra. Pero lo que realmente me gratifica es que gustan…
¿Y la seda? Es muy agradecida y los resultados son maravillosos. Pero la fui relegando porque fijar la pintura es un engorro: necesita vapor y, por tanto, una máquina especial. Pero en mi casa tengo energía solar y esos artilugios consumen una barbaridad. Durante un tiempo recurrí a talleres ajenos, pero se deshicieron de sus máquinas y descarté esa línea de trabajo. Si no se fija, la pintura al agua que hay que emplear termina borrándose. También he pintado murales en fachadas de guarderías y colegios, y en casas particulares.
Hasta que se entregó decidida a la madera… Hubiera sido carpintera o ebanista, dos oficios que siempre me han llamado la atención; pero, sobre todo, me interesa el soporte. Nunca antes había empleado una sierra de calar o una radial, pero poco a poco me introduje hasta hacer incluso algún mueble auxiliar. ¡Cada vez que derriban una casa en el pueblo me llaman por si algo me interesa! Una puerta vieja, un armario…, todo me sirve. La madera es ya mi soporte principal. En sus formas veo sugerencias sin apenas esfuerzo: peces, animales, manos…, enumera. En cuanto a las piedras, también les veo inmediatamente lo que serán.

Aun así, he ido a ferias durante muchos años, pero he hecho un parón: es demasiado esfuerzo para el beneficio tan magro que se obtenía últimamente. Además, antes iba con textil que apenas pesa, pero las piedras y las maderas ya son otro cantar. Otra pieza referencial de Teresa son sus cactus ecológicos, de madera y cantos rodados, que no precisan agua ni sol, no pinchan y hasta parecen de verdad… Tengo un blog en el que tiempo atrás solía presentar novedades relacionadas con este mundo del cactus. No tengo web, así que ahora ‘subo’ cualquier novedad a Instagram.
Además, varias tiendas de regalo del entorno me piden periódicamente material. En semana santa, acudo a la feria organizada por la Asociación de Artesanos de Ayllón, de la que soy cofundadora con otros compañeros. De hecho, el anuncio de la convocatoria aparecía puntualmente en el calendario de Oficio y arte en papel. Espero que también se haga eco en esta nueva etapa digital… En los cuatro días que dura expongo los trabajos que he hecho a lo largo del año.
Teresa trabaja sobre todo con acrílicos: no me disgusta el óleo, pero el olor del aguarrás o la trementina me repele. No lo descarto porque es una pintura maravillosa. Pero, además, tarda mucho en secar y me desespero, ya que suelo retocar bastante: quito, pongo, cambio, cubro…, y el proceso se me hace eterno. Por lo demás, hay acrílicos de excelente calidad: los de tubo tienen, de hecho, una textura afín al óleo. No es lo mismo ya que les falta aceite, aun así…
Pero el asunto también depende del propósito. Hago recreaciones de pinturas medievales tipo El Beato de Liébana o las pinturas de San Isidoro de León en madera, aunque no con idea de hacerlo fielmente. Empleo tablas viejas, con solera ya, tal que hallazgos de la época. Las pinto como nuevas y, más tarde, las deterioro a conciencia y, por último, las patino con cera que preparo al baño María y betún de Judea. Aplico la mezcla en grietas y/o en partes que quiero que tengan ese aspecto raído o ajado, describe.
También hago copias de arte más infantiles, con dibujos muy simples en cuatro colores, que son mis colores, y que tal vez sean su marca de la casa. O caras de niños(as), con apenas dos puntos y tres líneas muy gordas, que pinta en las mochilas. Me conocen más por ellas que por las maderas, aunque lleve bastante tiempo sin hacerlas. Es cierto que el público reconoce las cosas que hago, así que debo tener un estilo…
Teresa trabaja por pura necesidad creativa. Necesito hacerlo, aunque no sepa para qué… A veces me preguntan para qué vale cierta pieza y les contesto que para lo que estimen. ¿Para qué vale el arte? Tal vez para nada, pero llena el alma y ya está. ¡Cómo si fuera poca cosa! Aunque en muchos casos no tengan aplicación, como los peces de madera de más de un metro de longitud que hago, a alguno le he insertado ganchos de perchero para que sean útiles.
Con tal abanico de soportes, reparto el día a día entre obligaciones y licencias creativas. Los encargos son prioritarios; es decir, es lo que debo hacer. Si no hay tal exigencia, ya al levantarme me pongo con lo que más me apetezca y siempre tengo algo en perspectiva. Estoy con unos muñecos a partir de ramas de árboles y ayer, cortando leña, recuperé una de encina con una ‘verruga’ que se me antojó el moño de una señora. Así que ya estoy pensando qué pondré y/o quitaré, o dónde irá la cara. Acto seguido, ya en el taller, la pintaré, lijaré…; y, cuando esté ya bonita, la subiré a Instagram, describe.
Tengo un encargo de unas figuras en madera de temática medieval. Es para una tienda especializada de una pareja de Sigüenza que, además de pintar ropa, accesorios, puzles…, compra a terceros. Ya les he hecho mandiles y mochilas con esa misma temática. Mañana espero cortar suficientes trozos para empezar a pintar cuanto antes.
Adoro y hasta venero a la naturaleza. Soy muy rústica, pero no hago bandera del asunto. Teresa sin duda escapa a cualquier estándar. Es difícil encuadrar lo que hago en un repertorio de oficios convencional, pero precisa parecidos métodos, pausa y mucha elaboración como cualquier otra artesanía. En Bellas Artes aprendí composición o perspectiva, pero ni soy pintora ni artista gráfica. En cambio, sí he extrapolado ese saber y esas técnicas a lo que hago. Si algo aporto a los oficios quizá sea esa vuelta de tuerca extra…
Un reportaje de Miguel Bertojo.