Flamante ganadora de la primera edición del Premio de Arte Textil Contemporáneo, convocado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, con ‘Poemas de hilo negro, árboles de ceniza’, Claudia Martínez (Catamarca, Argentina, 1966) es licenciada en Artes Plásticas por la Universidad Nacional de Tucumán y vecina desde hace ya 22 años de Benaguasil (Valencia). oficioyarte.info se hizo eco meses atrás de la exposición de las obras finalistas en la Sala de exposiciones Orden Tercera de Elche (Alicante).
Con su hacer, Claudia vindica categorías que asumen lo femenino de la existencia y el rol de las mujeres en el entramado social, al tiempo que intento poner en valor tanto el mundo cotidiano como los pequeños gestos a través de tejidos y labores manuales. Y sí reivindico ese lugar casi postergado que tiene que ver con lo doméstico: hablo de los clásicos pañuelos y manteles bordados que irradian primor y cuidado, describe. Y lo hago porque soy mujer y miro el mundo desde mi prisma, aunque sin complejo alguno en este aspecto.

Y así, tengo una serie, ‘Ilo veyou’, que es una asociación fonética, un cruce de pensamientos −y una declaración de amor…− entre ‘bijou’ (joya, en francés) y ‘I love you’ (te quiero, en inglés). Los bordados en este caso no solo son un lugar de primor y cuidado, sino también un lugar de amor al arte, pero a las artes en general. Las piezas de algodón bordadas que la componen son interpretaciones que aluden a amores en la historia del arte: ‘La cabeza de Medusa’, de Caravaggio; el estudio del ala de pájaro de Durero… El bordado se convierte así en un lugar al que se dedica tiempo: cada puntada está dada desde la lentitud meditada, desde la reflexión…
Pero la imaginería de Claudia se enraíza también en la biología y en la complejidad del mundo natural. Y el motivo es sencillo: Hice cinco años de Farmacia, prácticamente toda la carrera, antes de comenzar Artes Plásticas. Así que mis referentes y mi mundo tienen mucho que ver con la biología y las ciencias de la vida. Así que es extraño que, a través del tejido, establezca una iconografía que resulte fácil, cercana, próxima y, sobre todo, dialogante.

De hecho, a la vista de su ‘Línea de mesa’, su decoración se asemeja a unas trazas orgánicas. Es probable que todo remita a lo mismo. Desde muchas vertientes, el tejido es un instrumento más, tal y como un pincel. Para mí, tejer, es una herramienta discursiva que, además de hacer referencia al mundo natural y a la biología, también alude de algún modo al tejido social de forma amplia.
Sus propuestas reflejan sin embargo tanto sus pesquisas sobre la conexión entre materia y espacio, como mi interés en la sensualidad de los materiales o en la relación de la obra con el paso del tiempo, tanto en lo que respecta a ejecución como a su permanencia. En los últimos años, ha puesto especial énfasis en las relaciones que se entretejen mientras genera proyectos con participación colectiva, aunque sea yo quien dirija, tal y como fue su intervención ‘Desborde’: más de cuatro meses de trabajo, varias personas a un tiempo día tras día.
¿El resultado? Miles de metros de alambre tejido. En cualquier caso, la materia tejida es una cosa, pero lo que sucede en el proceso: la charla, la reunión, el propio trabajo colectivo…, son ‘efectos secundarios’ maravillosos de ese hacer en compañía de otras personas, ausentes por el contrario si se hace en solitario. Ese entramado social que se genera en torno al proyecto es si cabe lo más interesante.

Además de fluir con desenvoltura por el dibujo, la escultura o la instalación, Claudia acierta a transferir sus conceptos artísticos a soportes dispares: textil, cerámica… Admito que perfeccionar las técnicas de intervención sobre un determinado soporte suele ser patrimonio de los oficios artesanos. En lo que a mí respecta, parto de ideas o anhelos e intento encontrar el soporte idóneo para llevarlos a cabo, describe.
El dibujo –en papel, paredes, grandes superficies…− o la fotografía, por ejemplo, me ayudan también a completar un imaginario que luego traduzco a bordado. Pero también la cerámica o el sonido. He grabado mi entorno inmediato y tengo un fondo fantástico: desde las campanas de la iglesia, a Salvador, mi vecino trompetista –un anciano de 93 años siempre predispuesto a la sonrisa, ya fallecido−, o el revoloteo de los pájaros sobre mi terraza. Sonidos así facilitan una percepción más nítida de lo que sucede alrededor y su conjunción, aunque a menudo seamos incapaces de captar toda su dimensión poética o vital. Una de mis exposiciones la titulé a incluso propósito: ‘Todo lo que no habla‘.
La obra premiada
Si tengo financiación suficiente, me permito ‘volar’ y ser ambiciosa; por el contrario, en otras situaciones me he visto obligada a producir prácticamente con nada. Así que no me ha quedado más opción que activar toda mi agudeza perceptiva y mi ingenio; y, por supuesto, toda mi capacidad poética. En el caso de ‘El poema de hilo negro’, la obra premiada, es fruto de esos momentos de soledad en el estudio y de respuesta a la pregunta ¿qué hago? Y echo mano de unos retales de tela y pruebo con algún bordado. Y empiezo a derivar de aquí y de allá, y poco a poco va adquiriendo forma…

Estas aproximaciones paulatinas son pequeños poemas visuales a partir de la austeridad más absoluta. En este caso, el resultado han sido unos poemas bordados. ¿Y qué motivó ese uso del negro? Es una apelación directa tanto a su propia austeridad como a su contundencia visual y poética: es decir, ¿qué es lo máximo que puedo decir con el mínimo recurso? Sí tenía muy clara −porque así lo he hecho durante años− la necesidad de encarar la relación con la naturaleza y el paisaje; es decir, de mirar hacia lo próximo, repensar el entorno y cuanto acontece en él, y que nos está llevando a cambiar nuestro mundo. Por eso, los motivos bordados son todos vegetales.
¿El arte textil ha primado sobre el resto de soportes? Se puede decir que es como el tronco del que han ido saliendo ramas. De todos modos, intento no encasillarme: no soy una artista textil, sino que a veces utilizo el textil como herramienta. Pero, otras veces, no. Y si lo hago es porque lo percibo como natural en mí. Pero esa certeza no me impide cambiar de formato si así lo considero, afirma sin dudar.
Aun así, el uso –que es lo que define a la artesanía− también está presente en el trabajo de Claudia. Y más que me gustaría hacer: de hecho, me ronda siempre por la cabeza. Como los artistas de la Bauhaus que, sin perder de vista crear algo nuevo y bello, intentaban sobre todo que fuera práctico, usable. Comparto la visión de unir arte y vida cotidiana. Es preciso que el arte contemporáneo pierda esa connotación de que casi haya que usar un manual de instrucciones para entenderlo… Eso me provoca mucho temor y mucha tirria. En lo que a mí atañe, aspiro a que mi obra conmueva, que sea poética, que exista complicidad: es el modo de conectar con el otro. Es un empeño complejo y no siempre sale, pero el anhelo está ahí. Y si se consigue con un objeto de uso, pues es como hacer magia.

De hecho, con ‘Línea de mesa’ había trabajado con una amiga ceramista también argentina, Magela Gómez, formada en Manises –lo poco que sé de cerámica lo he aprendido de ella−, así que le dije que quería armar una vajilla de doce platos únicos de bizcocho para mí, decorados con flores y pájaros. Al final salió otra cosa, pero ese es otro asunto… Fue algo maravilloso, muy lúdico y espontáneo, revela.
Magela me enseñó a enlozar y a pintar. Es muy técnica, muy rigurosa, controla los procesos al dedillo y me allanó el trabajo. El pincel, por ejemplo, no se arrastra sobre el baño de esmalte sin cocer, así que hay que trabajar con él muy de punta: lo que se haga, bien o mal, ahí queda. Había trabajado antes con plastilina, que es muy libre: se puede amasar, aplastar… En cambio, el barro se amasa de otro modo, hay que neutralizar las burbujas, evitar que se quiebre… Pero, como sucede en la vida, hay que plantearse qué hacer cuando surgen los límites: o quedarse en lo que se quería hacer o fluir con las cosas. Personalmente, me apunto a fluir y a aprender de la experiencia.
Durante un tiempo, mi obra era casi inmaterial, de hilos transparentes, muy difícil de guardar y hasta de fotografiar. Así que sentí la necesidad de recuperar la masa, el peso, lo táctil… Y pensé en pan, y la titulé ‘Dejar levar’, como la masa de pan en reposo que adquiere volumen antes del horno. Ese deseo de materialización se concretó en piezas escultóricas en textil, dibujos con acuarela y cerámicas, semejantes a órganos humanos, pero a joyas también. Son muy parecidas, pero con materiales diferentes.
¿Seguirá su vínculo con los oficios? Es probable, pero ahora mismo me interesa dibujar y hacer con carbón, cenizas… Y tiene que ver con lo que está pasando. En Valencia se ha quemado en verano una extensión enorme de sierra y bosque. Por no hablar de las hectáreas de selva que han ardido en la Amazonía, o de bosque en California o Australia. En este momento lo veo todo negro, también en lo político, lo económico o lo social. Es necesaria una reflexión muy profunda sobre nuestra relación con las cosas y el entorno. Aunque haya belleza en el negro, en la oscuridad −y en la profundidad haya verdad−, necesitamos positivar y ver la luz, concluye.
Un reportaje de Miguel Bertojo.
fotografías: Agustin David Forner y Pepe Caparrós.