Cine, televisión, teatro, espectáculos, moda… Además de sorprender, sobrecoger y hasta deslumbrar, los sombreros de Araceli Sancho (Valencia, 1968) derrochan criterio, gusto, pasión y compromiso. Pese a que llegó al oficio un poco tarde y sintiéndose una impostora, lo hizo con unas ganas casi desmedidas, entregada como la que más.
Llegué casi por casualidad, jamás lo hubiera pensado. Estudié filología anglogermánica y lo cierto es que me casé muy joven. En apenas un año, pasé de vivir en Londres a hacerlo en Alcalá de La Selva (Teruel), un pequeño pueblo de apenas 350 habitantes. Mi marido, anticuario, y yo decidimos asentarnos en Teruel al cumplir nuestro hijo cinco años.
Impartí clases de inglés unos años; sin embargo, los sombreros, que no solo colecciono sino que también uso, me han atraído siempre. Me encanta la costura y abrí una tienda de complementos, pero nunca pensé que confeccionaría sombreros. Un día se me ocurrió concretar unos tocados que había visto en internet. Por casualidad, camino a la tienda con ellos en una caja transparente, coincidí con una conocida propietaria de una boutique. Me pidió algunos, ya que a menudo se los demandaban para fiestas, eventos… Y, poco a poco, empezó a venir gente a mi tienda a hacerme encargos.
Un tiempo después, fui consciente de que no me podía quedar solo en eso e indagué. Haciendo parangón con la cocina, el tocado es como una tapa: se puede hacer muy elaborada, pero si no hay un cocinero detrás jamás será una buena tapa. Asistí entonces a diferentes cursos en Madrid. El día que hice mi primer sombrero volví a nacer: encontré un mundo fascinante, y mi sitio… El resto fue trabajo y empeño.
He sufrido ni se sabe y peleado otro tanto, pero adoro lo que hago: no me importa trabajar veinte horas al día… Lo he pasado mal porque es un mercado particularmente duro. Aun así, tuve la suerte –de nuevo por casualidad− de que en Teruel se rodó ‘The promise’ (2016). Por insistencia de otra persona, llamé por si necesitaban arreglos de costura. Lo cierto es que era un pretexto para ver los sombreros: sabía que tenían modelos reales de época maravillosos. Por otra parte, soy una cinéfila desde chiquilla. ¡Cuando supieron que era sombrerera, me dijeron que era precisamente lo que necesitaban!
Y Araceli empezó a restaurar los sombreros previstos para diferentes escenas. Al final, muchos ni aparecen en la peli porque el director, Terry George, decidió súbitamente cambiar el vestuario. Pero la puerta ya estaba abierta… El diseñador de vestuario era Piérre Yves Gayraud (El perfume: historia de un asesino). Un hombre maravilloso, con un gusto exquisito, y un profesional increíble. La productora del film llegó a un convenio con establecimientos del centro de Teruel para exponer algunos de sus fondos en sus escaparates. Por puro romanticismo, pedí el traje de El perfume para el mío durante un mes…, rememora.
Predilecciones sí, pero retos los que hagan falta…
Pese a que el modernismo le apasiona, efectivamente, entre 1890 y 1920 hubo cambios de paradigma brutales, como si pasaran cuatro siglos…, me gustan las roturas bruscas de los límites. De ahí su vena surrealista: me hace reflexionar sobre una serie de cosas, no solo en términos estéticos sino a nivel conceptual. Aun así, ‘bebo’ de todo… Me gusta la sombrerería clásica; no obstante, como es lo que hago habitualmente, suelo soltarme la melena en exposiciones, competiciones o concursos. Me seduce el minimalismo, pero al final hago cosas casi en las antípodas. ¡Contradicciones!, argumenta.
Por otra parte, siempre me han encantado las tendencias de moda. Acabo de ver una serie de televisión de corte histórico, ‘La maravillosa Señora Maisel’, ambientada en los 50 y principios de los 60, en la que aparecen sombreros maravillosos: Bedacht, Pillbox, turbantes altos más geométricos y sin apenas adornos, con muchos guiños al color y la forma… Muy del gusto si cabe de Christian Dior, Balenciaga, Manuel Pertegaz –sus sombreros, por cierto, eran obra de su sobrina Dione− o, incluso, Yves Saint Laurent.
Cada sombrero es un reto: así es como hay que tomárselo. Al principio, por inconsciencia −inevitable al comenzar− y porque hay que atreverse. Cuando alguien demanda lo que sea para completar un atuendo, ya sea de carácter histórico o una fantasía, lo que hay que hacer es decir sí a todo. Después pensaré: ¡Madre mía…! ¿Cómo hago yo esto? Y, acto seguido, rumiaré la posible solución durante días. Tengo que visionar mentalmente el proceso completo: cómo construirlo, su estructura y todos los pasos a seguir con los materiales que tenga a mano. Es como los muebles de Ikea: ¡cómo introduzcas el tornillo equivocado, te quedas sin mueble…! Así que o bien el proyecto puede acabar en la basura o que salga otra cosa distinta. Algo que, por otra parte, sucede casi siempre…, describe.

La relación de materiales, técnicas y recursos que emplea Araceli es casi infinito…, desde cascara de huevo a esmalte, paja, buckram −tela rígida y pesada hecha con una base de algodón−, lentejuelas, sinamay −tejido muy fino, ligero y moldeable que se extrae de un árbol llamado abacá−, esparto, fieltro, sisal y parasisal, seda, aluminio, plástico, velo, plumas, pedrería… Incluso teclas y piezas de ordenador, tul, neopreno… Cualquier material u objeto reciclado es susceptible de empleo en sombrerería. Todo depende del tipo de sombrero a concretar. Me encantan las estructuras: no sé si es la forma en que se manifiesta mi alma fallera…
En los modelos tradicionales, se suelen emplear hormas de madera: los genuinos tesoros de cualquier sombrerero(a). En España hay apenas tres artesanos que las hagan… No sucede así, por ejemplo, en Reino Unido o Australia, que tiene una tradición sombrerera importante −y, además, muy vanguardista−; en Francia, Polonia o Hungría. Me han hecho tres por encargo, pero las otras que poseo son antigüedades que conseguí en diferentes subastas, y que les otorgan carácter único a los modelos que hago con ellas.
Los intríngulis del oficio
Por otra parte, hay materiales empleados antaño que ya no existen: como ciertas pajas más finas que el parasisal, como el parabuntal y algún otro material estructural como la esparterie, porque ya no hay nadie que las teja. En pajas –como el sinamay− hay grados que indican la finura del hilo para la urdimbre y si se trata de factura manual o no. Hay otras que jamás han llegado a mis manos. Las que aún se consigan, con total seguridad serán antiguas.
En muchos casos, las empresas de alquiler de vestuarios prefieren restaurar sus modelos antiguos en depósito o en stock porque son joyas irrepetibles y lo merecen… Algo semejante sucede con los velos antiguos, cada vez más escasos; o, también, con la plumería, otro oficio auxiliar: muchos de los recursos que empleaba hace uno o dos siglos o bien han desaparecido, o bien se trata de especies protegidas de disponibilidad limitada.
De todos modos, siempre se puede innovar. ¡Y por materiales que no sea! He hecho ejemplares para espectáculos con un sinfín de requisitos que no poseen los materiales tradicionales -impermeabilidad, rigidez, ligereza hasta casi la levedad…, acordes con las exigencias de iluminación del espectáculo o de su carácter nocturno-, así que he tenido que recurrir a otras alternativas con parecido aspecto y que efectivamente sí los cumplen.
Hace bien poco Araceli ejecutó diferentes ejemplares para la serie francesa El bazar de la caridad, en la que se queman de hecho más de la mitad… Por tanto, no pude emplear materiales sintéticos, solo naturales: algodón, lino… Fue todo un reto encontrar los soportes adecuados.
Así que son muchas variables a tener en cuenta. En cualquier caso, lo paso estupendamente afrontando desafíos así. No me importa si llevan pedrería o lentejuelas, aunque sea un trabajo ímprobo. Así que cualquier saber, habilidad o destreza son bienvenidos. De todos modos, es el propio sombrero el que ‘dicta’ qué emplear y, sobre todo, cuándo concluir.
Aun así, hay que distinguir entre un modelo único, exclusivo, o hecho por puro antojo y/o lucimiento, y encargos con presupuesto cerrado. He donado uno al Museu da Chapelaria (São João da Madeira, Portugal), que forma parte ya de su colección internacional.
Portugal nos supera con creces en el plano cultural. São João es una ciudad de apenas 21.000 habitantes próxima a Oporto, entregada literalmente al diseño: posee un museo del calzado y ha reconvertido viejas fábricas en un centro de coworking para diseñadores, en un hotel para alojar a los que invita de forma regular… ¡Un lujo!
La sombrerería, un oficio con mayúsculas
El oficio precisa visibilidad e iniciativas como la Passejada amb Barret (Paseo con sombrero) de Barcelona, que organizan Cristina de Prada y Nina Pawlowsky desde 2005, contribuyen a que así sea. Su XVIII edición tiene fecha ya: el 8 de mayo, tras estos dos años de virtualidad obligada. Saldrá desde la Rambla hasta la Plaza de Catalunya, pasando por la Diagonal. A la cita acuden sombrereros de todo el mundo y mucho público de todas las edades con sombreros y tocados de todo tipo.
La Asociación Española de Sombrerería, organización integrada en Oficio y arte, OAE, reivindica consideración propia, como oficio complejo que es, al margen del epígrafe de Textil y complementos tal y como figura. Y con solo entrar en un taller para hacerse cargo: acabo de ampliar el mio y, dentro de nada, se quedará pequeño, estoy segura. Hay cintas, bolas, abalorios, cristales, telas, alambres… ¡Qué sé yo! Por otra parte, la pandemia ha golpeado al sector de forma especial: el grueso de los ingresos de muchos profesionales proviene de eventos que no se han podido celebrar.

Quien ha tenido la oportunidad de colaborar en el mundo del espectáculo, cine, televisión, musicales…, ha podido salvar el bache mal que bien. Aunque ha habido algún intento en el hipódromo madrileño o en Mallorca, aquí no hay eventos hípicos ligados al sombrero como Ascot (Reino Unido). Sí han surgido convocatorias reivindicando una época o un estilo en ciudades con ciertos patrimonios urbanos o efemérides relevantes.
Sin ir más lejos, la Fundación Bodas de Isabel recrea aquí la de la leyenda de Los amantes de Teruel, que a mí personalmente me ayudó cuando comencé. Además hay otra convocatoria vinculada al modernismo y al año 1912, año de construcción de edificios singulares proyectados por un discípulo de Gaudí, a quien considero ‘lo más’ en la arquitectura…
Además, están los clichés… Siempre insisto en que hay que hacer pedagogía. Un sombrero da fe de una época, pero también informa sobre el estatus social de su usuario(a), su origen, estado civil u oficio. El 90% de las escenas icónicas del cine están ligadas a algo en la cabeza de su usuario(a). Los hombres han revitalizado su uso, sobre todo por la generalización de la calvicie, porque es una prenda de abrigo y, también, una protección frente al sol, bromea.

La conclusión es que Araceli no ha cesado de abrir puertas, sin cerrar ninguna… Tanto en lo que respecta a fuentes de inspiración, materiales o procedimientos. Este oficio es mi vida. Disfruto trabajando y que mi imaginación vuele al mismo tiempo. Es un privilegio. Y sus colecciones así lo atestiguan: Surrealismo es la más conceptual; las otras son más estéticas, aunque todas con su trasfondo. Dos de sus piezas, Tierra Limón (2017) y Frida Moon (2017), figuraron en Sombrealismo. Sombreros en clave surrealista, expuesta en el Museo del Traje de Madrid, organizada por la Asociación Española de Sombrerería.
Un reportaje de Miguel Bertojo.
Fotografías: Patxi Díaz y Sofia Navarro (portada).